Asumir un compromiso, cumplirlo, no cumplirlo, intentarlo, decirlo por decir. Todas estas opciones son posibles cuando uno expresa un deseo, real o imaginario y lo plasma en una promesa. A lo largo de la historia de las letras, la poesía fue recogiendo muchas promesas que, por la magia propia de los poemas, muestran la voluntad previa y no tanto la secuencia de su cumplimiento o su abandono.
Mi poemario “Soy el silencio” no está ajeno a esto y, en su poema XXII, le dedica unos versos a ellas.
Las promesas que el viento en murmullo
en mi nudo jardín esparció,
de las flores abriendo el capullo
y aquel fruto que nunca nació.
En la sombra del campo al poniente,
transitando entre silbos y cantos,
va esa voz, que me invita oferente,
a verter esperanza en mis llantos.
Y al surgir a la vida nocturna
los silencios que a gritos estallan,
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